martes, 31 de julio de 2012

Arianna

Arianna by Diana Harlu Rivera on Grooveshark
En medio del conjunto de salas completamente a obscuras, un pequeño destello surgió entre toda la negrura, parpadeando de manera constante e incansable, por Dios sabía cuánto tiempo. Repentinamente, su fulgor comenzó a aumentar de velocidad, hasta que la diferencia entre cada encendido/apagado previo y el siguiente, era tan nimia que casi parecía inexistente. Súbitamente, todas las luces que había en las demás habitaciones, provenientes de focos, lámparas y objetos domésticos, encendieron todas las mismo tiempo, llenando con sus ruidos, su calor y y su luminosidad cada una de las recámaras del pequeño hogar. Para ese entonces, el elevador emitió un musical sonido pre-grabado que indicaba el alcance del piso al que se deseaba llegar.

Uno a uno, los individuos que venían alojados en el mediano cubículo metálico descendieron para reunirse en el recibidor principal de la casa. Allí, por parejas, comenzaron a dispersarse en distintas direcciones, moviéndose para dirigirse a los lugares a los que querían ir. Primeramente, un hombre y una mujer pelinegros avanzaron en línea recta, a través de un largo pasillo con paredes cubiertas de recuadros de madera que contenían imágenes dentro de sí, hasta que llegaron a una puerta de madera color caramelo, la cual el caballero empujó con su dedo índice y ésta se abrió de par en par. Dentro de la estancia a la que estaban por accesar, una melodía tenue y relajante comenzó a sonar, mientras los pequeños planetas iluminados del techo se movían con ella. Sonrientes, ambos adultos eliminaron la distancia existente entre ellos y la delicada cuna de madera, misma que se encontraba cubierta a medias por un manto blanco que caía desde el techo hasta el suelo. Allí, la madre depositó al bebé con sumo cuidado entre la serie de cojines, muñecos de peluche y delicadas cobijas que había, abiertos de manera que la criaturita silenciosa quedaba en medio de todos ellos. Al encontrarla tan calmada, dormitando sin preocupación alguna en su mente, ambos progenitores suspiraron.

-Mírala- le rogó la mujer, haciendo lo mismo ella- ¿Acaso no es...?

-Perfecta- completó el padre, repasando con sus pupilas cada uno de los rasgos de la diminuta humana que respiraba de manera acompasada; desde los pequeños arcos de sus casi inexistentes cejas hasta sus regordetes dedos de los pies. Imagen y semejanza suya.

Fue en aquél momento, cuando se encontraba apenas visible bajo la cálida luz beige que iluminaba el cuarto de su única hija, cuando Bill Kaulitz se dio cuenta de que ahora, a diferencia de hacía unos años, tenía mucho más de lo que jamás había soñado. El matrimonio siempre había sido su meta, ¿pero la paternidad? Era algo que definitivamente no contemplaba. Una vez que se enteró acerca del embarazo de su entonces novia, unos nervios terribles lo recorrieron de pies a cabeza, electrocutándolo a su paso como pequeñas descargas soltadas al azar en su ser. ¿Él padre de alguien? El hombre que difícilmente se pensaba capaz de cuidar de sí mismo, ¿A cargo de otro individuo? Le resultaba casi impensable. 

A pesar de todas sus dudas, en ningún momento dudó acerca de su misión: amar con todas sus fuerzas a la criatura que su amada traía en su interior, nutriéndose de lo que ella comía, respirando el aire que ella inhalaba. Si amaba a Alice con semejante locura, ¿Cómo no adorar a cualquier cosa que proviniese de sí y, para más, contara también con rasgos de él? A partir de aquél momento, comenzó a tener algo con lo que nunca antes había contado: fe. Fe en que, no sabía cómo, pero lograría ser un buen padre para su retoño, enfrentándose a cualquier consecuencia que eso trajese.

Con añoranza, no podía aguardar para conocerla, pues de inmediato concibió en su mente la imagen de una perfecta y diminuta porción de sí, con el cabello negro de su esposa y la nariz de su familia, probablemente los ojos de su madre. Orgulloso, pregonaba la noticia a quien se le pusiera enfrente y se ocupaba día y noche de cuidar de su mujer, a la que de inmediato se preocupó en convertir en su esposa, en una apresurada boda civil que se disfrutó entre amigos y familia, los cuales eran demasiados. Así, Alice y Bill se transformaron en marido y mujer, seis meses antes de tornarse también en padres de una hermosa niña de casi dos kilos, a la cual llamaron "Arianna".

-¿Por qué "Arianna"?- cuestionó el mayor de los hermanos Kaulitz, la primera vez que tuvo la gracia de observar a su sobrina, una diminuta cosita envuelta en un ligero cobertor rosado.

-No tengo la menor idea- confesó el padre, riéndose a carcajada limpia ante la mirada entretenida de su mujer- Simplemente se me ocurrió.

-¿Y por lo menos sabes qué significa?- insistió Tom, fascinado con la criatura, quien, a pesar de tener horas de nacida, parecía sumamente inteligente; tanto, que el guitarrista podría haber jurado que entendía lo que charlaban los adultos.

-"Muy sagrada"- expresó Alice, saliendo al rescate de su marido; éste, de inmediato, se volvió hacia ella, con una interrogación grabada en su rostro y la sorpresa resplandeciendo en sus pupilas.

-¿Cómo lo sabes?- escupió sin pensar el vocalista, sumamente intrigado.

-Alguna vez lo leí, en un libro... creo- sonrió la criatura, bastante animada para haber tenido un hijo hacia menos de dos horas- Desde entonces me gustó ese nombre.

-En ese caso, supongo que fue una verdadera coincidencia- aventuró el padre de la hermosa niña, la cual se convirtió inmediatamente en la adoración de sus amistades y sus familiares. Su abuela, Simone, se deshacía en atenciones con ella, clamando que jamás se habría imaginado tener una nieta tan pronto.

-De acuerdo- admitió un buen día, cuando los hermanos y sus respectivas parejas la fueron a visitar- Sinceramente, comenzaba a dudar acerca de mis posibilidades de tener nietos.

-¡Mamá!- se quejaron el dúo de gemelos al mismo tiempo, dirigiéndole una mirada de reproche a su progenitora.

-¡Con Bill todavía es permisible creer eso!- puntualizó Tom, el más escandalizado de ambos- ¿Pero conmigo? Estás jugando, ¿Cierto?

-Hijo, seamos realistas...

-Si no fuera porque Frances es la horma de tu zapato, quizá te hubieras quedado solo por siempre, Thomas. intervino Bill, insultado ante el comentario de su hermano. ¿Acaso él también creía que el vocalista de Tokio Hotel se quedaría soltero por siempre? ¡Vaya ánimos!

Y así, en menos tiempo del que había esperado en toda una vida, el menor de los hermanos Kaulitz se convirtió en el mejor padre que cualquiera pudiese imaginar, entusiasta en cualquier cosa que concerniese a su unigénita, entrometiéndose todo el tiempo para conseguir el mejor porvenir para la única heredera del apellido Kaulitz.

-Gracias- musitó, hablando en voz extremadamente baja, dirigiéndose a su esposa, quién, de pie a su lado, observaba con adoración a la bebita.

-¿Por qué?- replicó ella, sin despegar la mirada de su adorada hija.

-Por todo- expresó el caballero con un suspiro- Por Arianna, por el amor... por todo.

-No hay de qué- suspiró la humanoide, acercándose a su marido para prodigarle un beso en la mejilla, al mismo tiempo que tomaba su mano, entrelazando sus dedos con los de él.


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